20.7.08

La cerámica infinita. Una visita al taller de Carlos Runcie Tanaka


Dios camina entre cacharros”, con esta cita de Santa Teresa de Jesús cierra Gustavo Buntinx su visita guiada a la exposición “Antología Rota” de Carlos Runcie Tanaka. Y viéndolo ahora en su casa, moverse entre los remanentes de sus instalaciones pasadas, esta alusión toma plena vigencia. Carlos Runcie es realmente un dios que camina entre cacharros. Entrar en su casa es entrar en un mundo paralelo, en el que se acumula caóticamente la historia y la memoria del Perú y de la humanidad en forma de objetos cargados de significado. Como dice el propio Runcie en una entrevista:
“De tanta acumulación ya ni siquiera me fijo en los detalles o las piezas individuales. Si siento que, a veces, no participo tanto del ruido de una ciudad como Lima, pienso que es porque he creado ese ruido al interior de esta casa. Aquí hay un ruido muy especial, rumores, historias, presencias físicas de objetos y materiales. Y, sin embargo, todos los objetos están relacionados unos con otros. Tengo una gran avidez por poseer cosas y, sin embargo, después de un momento, las cosas no me significan más que una compañía en la búsqueda. Me pregunto si alguna vez seré capaz de limpiar todo esto y quedarme con un espacio vacío.”






Como hombre, Carlos Runcie es cálido, accesible, comunicativo y sumamente generoso, es decir, siempre dispuesto a compartir y regalar lo que sabe y tiene. Como artista (y uso esta palabra con cautela, pues, a mi parecer, muy pocos se merecen este apelativo) es universal y redondo. Y redondos son muchos de sus objetos y redonda es su cabeza y redondas son las cactáceas que crecen en su jardín.
 



“Repetir y dominar la forma haciendo esferas de arcilla, es como elevar una plegaria sin principio ni final en el tiempo”, escribe en el libro que acompaña su última exposición “Una parábola Zen y Diez Pequeñas Historias”. 
Es decir, hablar de la cerámica de Carlos Runcie Tanaka es hablar en redondo, de todo cuanto gira alrededor de la existencia y aún la no-existencia. Runcie explora las posibilidades y significados de la cerámica que se revelan infinitas y lleva su arte a los límites de lo que es cerámicamente expresable. De modo que cualquiera de sus instalaciones pone al descubierto no solamente fracturas, paradojas, accidentes y reacciones violentas, sino - y esto ya bajo la luz de su ingenio visionario - nuevas fusiones, estéticas, contextos, reciclajes, parábolas e insospechadas lecturas, tanto sobre el proceso mismo de hacer cerámica como sobre todos los procesos existenciales.










Carlos Runcie Tanaka bebe y se nutre de muchas fuentes y su modo de trabajar y actuar es siempre integrador. En él confluyen la cultura peruana, inglesa y japonesa, y sus primeras vocaciones, la filosofía y la música, son palpables en todo cuanto dice y hace. Su cerámica es sonora, sensual, filosófica – una experiencia cuasi erótica y,  a la vez, impregnada de un espíritu cuestionador. Cuenta que, faltándole poco para terminar sus estudios de filosofía en la Católica, supo con toda certeza que eso no era lo suyo. Y cuando fue donde su profesor - nada menos que Alberto Benavides Ganoza - para comunicarle su decisión de dejar la Universidad y dedicarse de lleno a la cerámica, éste le felicitó y le brindó todo su apoyo. Pues, siendo un devoto del trabajo artesanal, sabía que también se piensa con las manos. 

Desde luego, la obra de Runcie sería imposible, impensable e incomprensible si no la viéramos en el contexto de este país que es el Perú con su milenaria tradición de cerámica, y donde, a menudo y sobre todo a lo largo de la desértica franja de la costa, uno literalmente camina sobre fragmentos de cerámica como sobre la gruesa cáscara fragmentada de un gigantesco huevo prehistórico. Una experiencia que se repite en el mundo paralelo de Runcie, empastado con fragmentos y piezas de cerámica.






Otro símbolo recurrente con alusión a la costa peruana, por no decir, el emblema de su obra, es el cangrejo, que aparece en mil variaciones y le sirve como asociación con la migración, el desplazamiento y el viaje sin retorno, a partir de una experiencia en la playa de Cerro Azul que cuenta en una conversación con Jorge Villacorta 
sostenida en 1994:

“Para mí todo empezó un domingo de setiembre del año pasado. Salimos con toda la familia hacia el sur, con la idea de almorzar en Mala. Tomamos un camino equivocado y terminamos en Cerro Azul, y como no conocíamos decidimos quedarnos. En la playa me di con la sorpresa de que había un monumento conmemorando el desembarco de los primeros inmigrantes japoneses en 1899 – el barco Sakura Maru los había traído a Cerro Azul –, lo que inmediatamente cobró un sentido afectivo para mí. Pero a ello vino a sumarse un descubrimiento sorprendente; en torno al monumento había cientos de caparazones de cangrejos, blanqueados, calcinados por el sol. No sólo allí; luego vi que estaban por toda la playa. Casi al instante, en relación a los cangrejos, se amarraron muchas sensaciones y experiencias. Ahora, no es que yo asocie a los cangrejos con los inmigrantes, pero el lugar donde los encontré inicialmente – en la rotonda al pie del monumento en la playa – me produjo una imagen muy aguda de desplazamiento en grandes números. Tal vez una imagen de flujo humano en masa. También una sensación fuerte de transformación del destino, asociado al cambio de condiciones. Del mar los cangrejos habían terminado en la arena, habían sobrevivido un tiempo y después de muertos el sol los había calcinado. “










Para terminar, aunque con esto habré meramente rozado el mundo de este original artista, mencionaré otra experiencia, esta vez traumática, que dejó su huella profunda en él (y en la historia más reciente del Perú) y que fue la toma de la residencia del embajador del Japón por miembros del grupo terrorista MRTA en diciembre de 1996, que mantuvieron secuestrado a 125 invitados durante 4 largos meses, hasta que irrumpió el ejército y masacró a los terroristas. Carlos Runcie fue uno de los invitados secuestrados, aunque lo soltaron después de 10 días. "Los artistas somos fichas de poca valía", fue su lapidario comentario al ser liberado. Sea como fuere, esta experiencia lo impulsó a crear una vasta serie de figuras, sind duda inspirida en los "cuchimilcos" de Chancay. 



En su ensayo La Tentación Autista, Gustavo Buntinx lo formula de esta manera:

"La experiencia resignificaría de modo drástico y duradero la serie de enmudecidas figuras antropomorfas en las que premonitoriamente venía trabajando desde un tiempo atrás. Un ejército de semblanzas uniformes, sin identidad definida más allá de la variable gestualidad de sus brazos y de sus manos.
Seres aislados y hieráticos en su propio agrupamiento, en el sufrimiento colectivo pero ensimismado que los vincula y al mismo tiempo los segrega y distancia. La tentación autista que brota ante los silenciados afectos y efectos de una guerra civil negada, donde toda interlocución fracasa y el intercambio de horrores es la principal acción comunicativa.
Los trastornos del lenguaje y la perturbación de la memoria se alzan así como ominosos signos de los tiempos. El propio Caído exhibe una cinta negra en el dedo, un luctuoso aide-memoire colocado por el artista días antes del violento desenlace de la toma de la embajada. Ese detalle hace del conjunto un recuerdo premonitorio donde las representaciones más arcaicas –imposible no pensar en los cuchimilcos Chancay, verbigracia– se hilvanan con las fotografías más descarnadamente actuales: los cadáveres explosionados entre los que luego el dictador pasea y posa (para las cámaras) su letal arrogancia. Su obscenidad."




Con todo, la casa y taller de Carlos Runcie Tanaka se ofrece desde cualquier perspectiva como un opíparo vergel a los ojos del fotógrafo, que, sin saberlo, participa así de la reinvención y reinterpretación de su vasta obra.

Enlaces
Sumballein Video en 3 partes de la visita guiada a la exposición “Antología Rota” en youtube 

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