En principio jugaba con la idea de fotografiar una serie sobre la huachafería navideña que abunda en mi barrio y, en toda Lima, con sus variantes socio-culturales-económicas. Todos estos santa clauses y renos saltarines y ángeles soplando trompetas, y la nieve y los pinos artificiales y cuanto objeto se relacione con este evento (todo copia de copia de la tradición nórdica, made in China). Cosas como éstas, por ejemplo
O estas chifladuras que la gente le hace a los árboles, enrollándolos con cadenas de luces intermitentes y aparatitos que emiten estúpidas cancioncitas de navidad. Jingel bell y Noche de Paz a no más poder. Sólo imaginarme en el lugar del árbol, siento enloquecer.
Pero el resultado fue pobre e irreparable, y pienso que lo hubiera sido igualmente con una cámara sofisticada.
Ahora bien, ayer hubo un atardecer espectacular, con un cielo ya decididamente veraniego y las fotos que tomé, camino a Luna Pizarro, representaban, me pareció, viéndolos luego en la pantalla, mucho más un feeling navideño que cualquier decoración ad hoc.
Cruzando Castilla, a la altura de La Merced, siguiendo de frente, se alza este enigmatico y rarísimo edificio que no sé para qué es, ni qué alberga:
Aquí se abandona la zona residencial y se entra al turbio y tugurizado barrio de Venegas, donde una veredita de no más de medio metro conduce pegada al pie de las casas, de un solo piso casi todas, y confundiéndose con la angosta pista, donde pasan a toda carrera los carros en ambos sentidos, como si quisieran rápidamente dejar atrás este tramo. Todo esto no desanima a los pobladores pulular en colleras en dicha veredita, inclusive sentarse al borde, haciendo circular las chelas y pasarla bien. La mayoría de las casas están con las ventanas y puertas abiertas de par en par y desde adentro se escuchan risas y reggaetones. Cada cien metros, más o menos, las fachadas dan paso a un estrecho callejón mal iluminado que se pierde en la oscuridad (y al fondo del cual, más que ver, se huele una creciente miseria). O a un terreno baldío, que sirve de basural y donde husmean y escarban siempre varios perros y en cuyos recovecos se esconden los pasteleros. O a una construcción clausurada, con sus rincones orinados desde tiempos inmemoriales. Pasando un conjunto habitacional de los militares, fuertemente iluminado y resguardado, hasta llegar a la entrada enrejada de un parque, que es como llegar a la otra orilla y uno puede respirar de nuevo y relajarse. Y atreverse nuevamente a sacar la camarita que tenía bien guardada
Al otro lado del parque empieza Luna Pizarro y una vida tradicional de barrio asentado.
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