17.2.08

furia constructora, furia demoledora



Un amigo inglés me comentó una vez que Lima era una ciudad in the making. En Londres, me dijo, uno no veía ninguna construcción de edificios. Londres es una ciudad acabada, terminada, hecha. Lima, sin embargo, no tiene cuándo terminar de crecer, hacia lo alto y a los costados.









En los últimos 15 años he visto sólo en mi barrio cambios dramáticos. A un ritmo cada vez más acelerado han ido cayendo las viejas y venerables casas y mansiones de Miraflores, en su mayoría de no más de dos pisos, con amplias habitaciones y provistos de generosos jardines, y en su lugar se han ido edificando edificios de entre 5 y 15 pisos, colmando los terrenos previamente excavados con concreto, aprovechando cada milímetro, sacándole, por decirlo así, la mugre al espacio, no dejando ni un resquicio, ni una hebra de pasto, todo, todo rellenado de cemento.












En tiempo récord se construyen horrendos edificios de departamentos residenciales – con énfasis en horrendos. No quiero ponerme en el plan romántico de rechazar el crecimiento y la modernización de una ciudad. He visto ejemplos de barrios modernísimos (y no precisamente fichos) que son una maravilla. Pero aquí no puedo sino sentir un encogimiento del corazón o un retortijón en las tripas la mayoría de las veces que paso al lado de una construcción. Muchas veces me he preguntado, de dónde sale esta vocación para la fealdad de los limeños? Esta ceguera estética, esta negativa de mirar a su rededor, este narcisismo primario. Y como consecuencia también su negación total de la naturaleza. Me refiero a este afán de reprimir, ahogar y matar a todo lo que crece de modo natural: los insectos y las aves silvestres y los árboles y las hierbas y, en general, cualquier planta fuera de las tujas y ficus ornamentales (que, claro, no parecen plantas).















Todo esto sumado a la codicia reinante en la municipalidad, la cual fomenta y apoya una especie de progreso rabioso (cuanto más departamentos, más impuestos prediales y arbitrios), sin ningún miramiento urbanístico, ni mucho menos alguna orientación ecológica e integradora, hace temer que vamos a tener furia constructora para mucho tiempo. Mucho tiempo más de constante ruido, polvo, contaminación y paulatina entropía de la calidad de vida. Naturalmente hay excepciones, pero son tan pocas que bastan dos manos para contarlas.

2 comentarios:

Ogalam dijo...

En la Ciudad de México pasa lo mismo. ES incréible ver cómo en un espacio donde se encontraba una casa de tamaño, digamos, mediano, hacen varios departamentos. Lo que es más inverosímil es que los departamentos que construyen en zonas más o menos residenciales, se venden casi de inmediato. Y no son baratos. A la gente la hacinan para que esté más tensa y temerosa; los espacios verdes relajan, además de que ayudan a combatir la contaminación y justamente para que las personas estemos mas controlables y consumistas, hacen este tipo de construcciones. Saludos!!!

Llorenç Rosanes dijo...

No es tema baladí. En España más de lo mismo, y en estos cinco últimos años, el crecimiento de Catalunya ha sido un descontro.
Mi pequeño pueblo de 4500 habitantes, en dos años ha pasado a tener 6500. Y no ha sido por la natalidad de la población precisamente.