1.8.08

playa en invierno

Creo que ningún otro lugar en ninguna otra temporada me inspira emociones más hondas que la playa en invierno. Será porque estos parajes vuelven a su estado original, dominio absoluto de lo marino, refugio para grandes bandadas de aves, cautelosos cangrejos y uno que otro pescador, humanos solitarios, en todo caso. Todo el paisaje está empapado de humedad, manchado de humedad, macerado en la salada humedad. Las rocas y peñas que resisten el constante embate de las olas relucen negras como el carbón. O bien blancas de las capas de guano que los cubren. Los cerros de arena, que no es arena, sino un fino polvo, varían entre todos los ocres. (Este polvo que es el salitroso polvo residual de un antiguo sedimento marino y que se parece mucho al polvo de las huacas y antiguos cementerios y que tiene un olor muy especial y se te pega a las suelas de los zapatos, tan fino es y siempre húmedo.) Y en la arena mojada se refleja opacamente el cielo encapotado. Gaviotas y piqueros surcan audazmente el vaho, a ras de las rompientes, entre el chisporroteo de la espuma, y sus gritos penetran como cuchillos filudos el bramido omnipresente. Otras se alinean paralelamente de cara al mar y escarban en la arena por muymuys y sabe uno qué bichitos. (La presencia cada vez más grande de garzas, que son, en verdad, aves de agua dulce, me llama la atención. Será indicio de que sus hábitats naturales, los humedales y totorales, comunes en la costa del Perú, se estén secando a causa de la creciente invasión humana, más preciso, las casas y condominios de playa. Y en su lucha por la supervivencia se están adaptando a este escenario infinitamente más salvaje que el de sus nativos pantanos de aguas estancadas.) Y con cada ola que se alza y se rompe, el mar sopla su aliento profundo y frío al aire y penetra por las ventanas de mi nariz de animal marino, al punto de estremecerme y elevarme con los chillidos de las gaviotas y diluirme y expandirme con el viento, la espuma y la arena... 


































Estas fotos fueron tomadas en el balneario de Bujama el 24 de julio, con una luz difícil, que difumina los contornos y otorga a las imágenes una calidad de pintura.